En el Perú, la lógica del voto muchas veces se aleja de la racionalidad técnica y se acerca más al terreno de las emociones. No se trata únicamente de elegir al más preparado, sino de castigar con el voto a quienes representan, para una mayoría olvidada, un sistema que nunca los incluyó del todo. ¡El voto de castigo!
El triunfo de Pedro Castillo y Dina Boluarte en 2021 fue, antes que un respaldo a un plan de gobierno, una expresión del hartazgo. Castillo no ganó por ser un brillante estratega ni por contar con un equipo técnico de primer nivel. Ganó porque, para miles de peruanos, era el rostro que más se alejaba de la élite limeña y del político tradicional. Su victoria fue un grito colectivo de quienes sentían que, durante décadas, las promesas del desarrollo solo se habían cumplido en la capital y algunas zonas costeras.
Castillo llegó al poder sin saber qué hacer con su gobierno. Boluarte, que hoy ocupa la presidencia, tampoco ha demostrado tener la capacidad para enfrentar los problemas urgentes del país. La inseguridad ciudadana, por ejemplo, sigue escalando, mientras el gobierno parece paralizado. Las protestas sociales, como la reciente paralización del transporte en Lima, son una muestra clara del descontento generalizado.
Y es que el resentimiento político —ese sentimiento profundo que nace del abandono histórico y la exclusión— no se disuelve con discursos tecnocráticos ni con reformas maquilladas. Desde Pasco (65%), Huánuco (67%), Junín (58%), Huancavelica (84%), Ayacucho (82%), Arequipa (64%), Apurímac (81%), Cuzco (83%), Puno (89%) hasta Tacna (72%), el voto masivo por Perú Libre fue una respuesta al olvido, una especie de revancha simbólica contra un sistema que siempre miró de lejos a los peruanos del centro y sur andino.
El elector no vota solo por ideas, vota por emociones. Y en muchas regiones del Perú, el voto ha sido una forma de gritar «¡basta!». No es un apoyo ciego a una ideología o candidato, sino una expresión de rechazo a todo lo que ese candidato no representa: centralismo, exclusión, desigualdad. Es un voto de castigo.
En un país tan desigual como el nuestro, mientras no se cierren las brechas económicas y sociales, el resentimiento político seguirá marcando la agenda electoral. No se trata solo de poner a los mejores técnicos en el poder. Se trata de construir un Estado que haga sentir a todos los peruanos parte del mismo proyecto nacional.
Domingo, 13 de abril del 2025
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