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Satisfacción por la democracia

El informe anual del Latinobarómetro 2024 ha encendido una nueva alarma: sólo el 10% de los peruanos se declara satisfacción por la democracia. Este dato, que sitúa al Perú al mismo nivel que Bolivia, plantea una preocupación profunda sobre el estado de nuestra democracia y el riesgo latente de que el descontento ciudadano abra la puerta a opciones autoritarias.

La insatisfacción de los peruanos con la democracia podría explicarse desde una analogía sencilla: la del consumidor decepcionado. Como consumidores, todos generamos expectativas cuando adquirimos un producto o servicio. Si este no cumple con lo prometido, no sólo dejamos de consumirlo, sino que también lo criticamos abiertamente. En el ámbito político, ocurre algo similar. Los peruanos perciben que la democracia no está cumpliendo con su «promesa de venta»: mejorar la calidad de vida, garantizar la justicia y promover el bienestar colectivo. Esta percepción alimenta un rechazo generalizado y una desconfianza cada vez mayor hacia las instituciones democráticas.

La gravedad de esta situación radica en que la insatisfacción extendida puede convertirse en un terreno fértil para el autoritarismo. En la década de los 90, el fujimorismo capitalizó el descontento popular y ofreció un modelo autoritario que, aunque cuestionable desde el punto de vista político, fue percibido por muchos como eficiente para resolver problemas inmediatos. Hoy, con niveles históricamente bajos de satisfacción por la democracia, no podemos descartar que el electorado busque soluciones rápidas, aunque estas pongan en riesgo las libertades fundamentales.

¿Somos excesivamente críticos con la democracia? En cierto sentido, podría afirmarse que sí. El reto, entonces, no está solo en exigir más, sino en participar activamente para fortalecer la democracia. Esto incluye desde ejercer un voto informado. La democracia no es un producto que se compra y se descarta; es un sistema que requiere inversión constante de tiempo, compromiso y esfuerzo colectivo.

La baja satisfacción por la democracia no debe ser vista como un fracaso absoluto, sino como una oportunidad para replantear y reconstruir un sistema que responda mejor a las expectativas ciudadanas. De lo contrario, el descontento podría convertirse en una profecía autocumplida, llevando al país a experimentar una vez más los riesgos de regímenes autoritarios. La democracia, aunque imperfecta, sigue siendo la mejor opción para garantizar un futuro de libertad.

domingo, 19 de enero del 2025

Hipocresía política y dictadura en Venezuela

La dictadura en Venezuela y lo que callan los políticos. La permanencia de las dictaduras en el siglo XXI, con sus montajes y estrategias para manipular la opinión pública, no deja de sorprendernos. ¡Cuidado! Las farsas y manipulaciones siempre existieron en política. Los alemanes saludaron y marcharon cuando Adolfo Hitler juramentó al cargo. El caso de Venezuela, bajo el mandato de Nicolás Maduro, es una muestra de cómo los mecanismos de represión y manipulación son aplaudidos por algunos políticos de izquierda. ¡Hipocresía política y dictadura en Venezuela!

La reciente farsa electoral en Venezuela, en la que el régimen proclamó un triunfo sin transparencia, ha dejado una vez más al descubierto la ilegitimidad de su gobierno. Mientras la oposición, liderada por figuras como María Corina Machado, mostraba actas que evidenciaban un resultado distinto, el oficialismo se aferraba a un discurso vacío. Esta realidad nos plantea una pregunta incómoda: ¿En qué lado de la historia se posicionan quienes respaldan este tipo de regímenes?

Miremos la postura de ciertos sectores de izquierda. Partidos como Perú Libre y sus líderes como Vladimir Cerrón y otros políticos han expresado su apoyo a Maduro, ignorando deliberadamente las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y la crisis humanitaria que ha obligado a millones de venezolanos a abandonar su país. Es una muestra clara de la hipocresía y del peligro que representa una izquierda que cierra los ojos ante la dictadura, mientras pregona discursos de justicia social.

En contraste, el presidente chileno Gabriel Boric ha demostrado que es posible mantener una postura de izquierda sin renunciar a la condena moral que exige una dictadura como la venezolana. Su declaración abierta en contra del régimen de Maduro es un ejemplo de coherencia y valentía.

La lucha contra las dictaduras no es sólo una cuestión de solidaridad internacional, sino también de responsabilidad histórica. Así como los peruanos lograron movilizarse para derrocar al régimen de Alberto Fujimori, los venezolanos tienen el desafío de emular ese ejemplo y reclamar su derecho a la democracia y la libertad.

No se trata de una elección política, sino de una obligación moral. Callar frente a la dictadura venezolana es ser cómplice de su perpetuación. ¡Hipocresía política y dictadura en Venezuela!

Domingo, 12 de enero del 2025

La naturaleza del poder político

La naturaleza del poder político

En el complejo escenario político peruano, donde cada elección redefine el mapa político de influencias y confianzas, el poder político se presenta como una herramienta que puede construir o destruir carreras y reputaciones entre los gobernantes. ¡La naturaleza del poder político!

Cuando un ciudadano asume un cargo público mediante el voto popular, recibe no solo una posición de autoridad, sino también una cuota de confianza. Esta confianza, sin embargo, es tan volátil como el mismo acto de elegir. Gobernar eficazmente y comunicar los logros de manera clara son claves para mantener y fortalecer ese lazo con el electorado. Pero la realidad muestra que muchos políticos, una vez en el poder, sucumben a los peligros de la vanidad y el resentimiento, perdiendo de vista la esencia efímera de su mandato.

El poder político, en esencia, es una capacidad relacional: la influencia que un actor ejerce sobre las decisiones de otros. Sin embargo, para muchos, esta definición se convierte en un espejismo. La falta de comprensión sobre la naturaleza temporal del poder lleva a decisiones erróneas, alianzas efímeras y una desconexión progresiva con las necesidades ciudadanas. Tal como lo plantea Calderón de la Barca, “La vida es sueño”, el poder también es un sueño que se desvanece con el despertar.

El período preelectoral de 2025 será un momento crucial para que los ciudadanos que aspiran a cargos públicos reflexionen sobre lo que significa ejercer el poder. Esta reflexión debe ir más allá del simple deseo de ocupar un cargo público; implica comprender que el poder es un medio para servir y no un fin en sí mismo. La historia política del Perú está repleta de ejemplos de líderes que olvidaron esta lección, cayendo en el olvido una vez que dejaron el cargo.

En un país donde la desconfianza hacia las instituciones sigue siendo un desafío (Latinobarometro 2024), los políticos deben ser conscientes de que el ejercicio del poder conlleva una responsabilidad inmensa. Es una oportunidad para construir un legado basado en la eficacia, la integridad y la cercanía a los ciudadanos. Solo así podrá evitarse que el poder sea solo un sueño fugaz, un espejismo que se desvanece con el paso del tiempo.

En 2026, nuevos actores surgirán para ocupar posiciones de liderazgo. Que el sueño del poder no los ciegue, sino que los inspire a despertar y enfrentar con claridad y responsabilidad las demandas de una sociedad que merece ser escuchada y respetada. ¡La naturaleza del poder político!

Domingo, 5 de enero del 2024

Es la economía, no es Dina Boluarte

La presidenta Dina Boluarte se encuentra en una posición política que desentona con el respaldo popular. Con una desaprobación que supera el 90%, lidera el ranking de mandatarios menos queridos de Latinoamérica. Sin embargo, su permanencia en el poder no solo sorprende, sino que también invita a reflexionar sobre los factores que la sostienen como gobernante. ¡Es la economía, no es Dina Boluarte!

El apoyo congresal es el primer pilar de esta estabilidad. La historia reciente del Perú nos ha enseñado que un presidente sin respaldo parlamentario está condenado a la incertidumbre, como lo demuestran los casos de Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Pedro Castillo. La capacidad de Boluarte para mantener una alianza estratégica con sectores del Congreso ha sido clave para evitar los intentos de vacancia que parecen una constante en la política peruana.

Pero el verdadero sustento de su gobierno radica en la economía. A pesar del ruido político, el Perú presenta cifras que destacan en una región golpeada por la inflación y la inestabilidad. Un crecimiento proyectado del 3.2% del PBI para 2024 es un dato que, aunque no espectacular, ofrece una perspectiva de estabilidad relativa frente a vecinos como Argentina, que enfrenta altas tasas de inflación. Este contraste económico permite que las preocupaciones cotidianas de los peruanos alimentación, vivienda, salud y educación no se vean amenazadas.

El fenómeno no es nuevo. La memoria colectiva recuerda la crisis de los años ochenta, cuando la inflación incontrolable quebró la economía popular. Hoy, los mercados llenos y el tráfico congestionado de las ciudades sugieren una realidad distinta: no es el paraíso económico, pero tampoco el caos. Mientras los peruanos puedan consumir, las tensiones políticas no se traducirán en protestas en las calles. La economía actúa como un amortiguador que sostiene la estabilidad política.

El dilema radica en la desconexión entre la política y la ciudadanía. Los peruanos no se interesan en las pugnas parlamentarias ni en las maniobras de poder; su preocupación es más pragmática. Para ellos, el termómetro de la estabilidad es su capacidad de llevar comida a la mesa y planificar un futuro. Los políticos, en cambio, tienen su propia lectura al encerrarse o en sus propias mentiras que los alejan de la realidad popular.

El gobierno de Dina Boluarte es un recordatorio de que, en el Perú, la economía puede ser un factor más decisivo que la aprobación ciudadana. Mientras la economía siga brindando un margen de tranquilidad, las demandas de cambio político quedarán en un segundo plano. Pero, ¿qué pasará si las cifras comienzan a tambalear? La estabilidad que hoy parece garantizada podría desvanecerse, recordándonos que, en política, como en economía, nada está escrito en piedra. ¡Es la economía, no es Dina Boluarte!

Domingo, 29 de diciembre del 2024