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El efecto Capitán Lara en Bolivia 

Hacer política es un ejercicio de estrategia, aunque muchos candidatos lo reduzcan a intuición. Cuando se gana una elección, todos celebran la “genialidad” del estratega o la “conexión” del candidato con la gente. Pero cuando se pierde, la culpa siempre recae en el entorno, en los asesores, en la prensa o incluso en el propio electorado que no supo comprender la propuesta. Así es la política: un campo donde la victoria tiene muchos padres, pero la derrota siempre es huérfana. ¡El efecto Capitán Lara en Bolivia! 

En el hermano país de Bolivia acaba de cerrarse un ciclo histórico donde después de: veinte años del discurso ideológico de Evo Morales, el país eligió a un nuevo presidente. La segunda vuelta enfrentó a dos políticos tradicionales: Rodrigo Paz, de 57 años, e hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, y Tuto Quiroga, de 65 años, también exmandatario. Dos rostros conocidos que representaban la política de siempre, esa que el electorado rechaza y pide nuevos actores.  

Sin embargo, la novedad no vino del candidato presidencial, sino de quien lo acompañó en la fórmula: el capitán Edman Lara. Expolicía, 40 años, rostro firme, discurso frontal. Lara se hizo conocido en las redes sociales por denunciar casos de corrupción dentro de la propia institución policial, denuncias que le costaron sanciones y, finalmente, la expulsión. Pero no se detuvo. Esa perseverancia, ese aire de ciudadano común que se enfrenta al poder que trajo el recuerdo la historia de David y Goliat, lo convirtió en símbolo de autenticidad y una estrella en redes sociales. 

Cuando Rodrigo Paz decidió incorporarlo a su fórmula, muchos lo vieron como un gesto arriesgado o incluso populista. Sin embargo, el resultado fue contundente, la dupla Paz–Lara logró conectar con los sectores populares e indígenas que, por años, habían sido el núcleo duro del voto de Evo Morales. La bandera de la lucha anticorrupción, encarnada en una figura real, con historia y cicatrices, se impuso al discurso cansado de los políticos tradicionales. 

Finalmente, la fórmula presidencial de Rodrigo Paz y Edman Lara triunfó. La elección del expolicia revela algo que los estrategas políticos suelen olvidar: la gente no busca solo promesas ni programas, busca credibilidad. Y en tiempos de crisis de representación, la credibilidad se gana más con coherencia que con slogans. 

¿Podría ocurrir algo similar en el Perú? En un país donde los discursos anticorrupción se han vuelto moneda común, pero los protagonistas rara vez encarnan lo que predican, la figura de un “capitán Lara peruano” alguien que represente, desde su biografía, podría ser disruptiva. ¿Será un outsider que logre reconectar la política con los sectores populares? 

La lección boliviana es clara: los ciudadanos están dispuestos a creer de nuevo, pero solo si el mensaje viene acompañado de una autentica historia. A mis amigos políticos: “Tu eres el mensaje”. ¡El efecto Capitán Lara en Bolivia!

Domingo, 26 de octubre del 2025
Diario Correo

Del silencio al espectáculo político

Del silencio al espectáculo político 

En menos de un mes, los peruanos han pasado, de una presidenta que apenas asomaba por las ventanas de Palacio a un mandatario que transmite en vivo sus actividades por sus propias redes sociales. Dina Boluarte hizo del silencio un estilo de gobierno; José Jeri, en cambio, apuesta por la cercanía, la inmediatez y la imagen. Dejó el terno y corbata para vestir camisas remangadas y jeans, visita plazas y penales, saluda de madrugada a trabajadoras de limpieza y sobrevuela Lima en helicóptero. ¡Del silencio al espectáculo político!  

¡La comunicación política en acción! Después de la pandemia, muchas cosas cambiaron, la gente ya no espera el análisis prensa del día siguiente, ahora prefieren informarse a través de sus teléfonos móviles mientras se entretienen. En este nuevo contexto digital, el presidente Jeri parece entender que captar la atención es muy importante y que gobernar también implica competir por segundos de visibilidad. 

Sin embargo, la pregunta de fondo no es si llama la atención bien o mal, sino si esa comunicación conecta con resultados concretos. Adoptar perros callejeros, sonreír a las cámaras o transmitir en directo desde un helicóptero pueden generar simpatía momentánea, pero la gente necesita eficacia de gobierno. La ciudadanía puede aplaudir hoy y reclamar mañana tal como ocurrió con Martín Vizcarra cuando buscó una vacuna contra el Covid. 

La política actual se ha convertido en un espectáculo, en el que los líderes deben entretener tanto como gobernar. Pero la emoción que llama la atención no reemplaza la gestión. Los ciudadanos pueden sentirse por un momento parte del relato de un presidente “cercano”, pero si no perciben mejoras en su vida cotidiana, cambiarán de canal, de líder o de esperanza con la misma velocidad que buscan otro video de tiktok. 

José Jeri quizás ha entendido el lenguaje de estos tiempos. Hace décadas, a la política se la oía y leía, ahora se la ve a través de videos cortos que duran solo unos segundos. No obstante, el reto que viene será convertir el gesto en política pública concreta. De lo contrario, su gobierno podría terminar convertido en un capítulo más de espectáculo político. ¡Del silencio al espectáculo político!

Domingo, 18 de octubre del 2025
Diario Correo

La caída de Dina y el outsider

La caída de Dina y el outsider

Sucedió lo inevitable. Dina Boluarte fue vacada por el Congreso con una votación abrumadora: 122 de 130 parlamentarios decidieron su futuro y pusieron punto final a un gobierno que nació débil y terminó en escombros bajo su propio peso. La acusación: “incapacidad moral permanente”, la misma frase del epitafio político de los últimos presidentes del Perú. ¡La caída de Dina y el outsider!

Más allá de la legalidad, lo que explica esta caída es un tema político y comunicacional de fondo: la distancia que separa al poder y la gente. Cuando un gobierno se aleja de la ciudadanía y, al mismo tiempo, se queda sin aliados políticos y prensa, su destino queda sellado. Boluarte gobernó con el 90% de desaprobación, sin partido, sin bancada y sin base militante que la defienda.  

El detonante fue la inseguridad ciudadana. La población vive con miedo y siente que el Estado ya no controla las calles. La escena de un ataque armado en pleno concierto de Agua Marina se convirtió en símbolo del desborde, el golpe final a la legitimidad de un gobierno que ya caminaba sobre el precipicio. A ello se sumó la protesta de transportistas extorsionados, ante la cual el Ejecutivo respondió con la misma receta: una mesa de diálogo para después. 

Dina Boluarte terminó prisionera de un síndrome común en los políticos: la soberbia del poder, o lo que los psicólogos llaman el “síndrome de Hubrys”. Esa ilusión de omnipotencia que lleva a muchos gobernantes a creer que su palabra es incuestionable y que su permanencia es eterna.  

Hoy, los peruanos vieron juramentar a José Jeri, de Somos Perú, como nuevo Presidente Constitucional. Con él sumamos siete mandatarios en siete años. Un récord que retrata la fragilidad institucional del Perú.  

¿Será Jeri el último presidente antes de las elecciones del 2026? Todo indica que la respuesta la dará un pueblo cansado de improvisaciones, traiciones y promesas vacías. Si algo ha demostrado la historia reciente es que cada crisis política en el Perú abre la puerta al surgimiento de un outsider, alguien que, desde fuera del sistema, capitaliza el hartazgo de la gente. 

Y, quizás eso es lo que se viene: una nueva figura, carismática o disruptiva, que prometa otra vez “refundar” el país para conectar con el hartazgo ciudadano. ¡La caída de Dina y el outsider!

Domingo, 12 de octubre del 2025
Diario Correo

Es Mario, no Martín Vizcarra

Es Mario, no Martín Vizcarra  

Los apellidos en política no solo cargan historias sino también despiertan emociones, recuerdos y, muchas veces, confusión. El caso del “hermano de Martín Vizcarra” que aparece en las encuestas de intención de voto es un ejemplo de cómo las emociones pueden tener más impacto que la razón. Según Ipsos Perú, “M. Vizcarra” figura en el tercer lugar con un 7% de preferencia, al igual que Keiko Fujimori. El detalle es que detrás de esa “M.” no está el expresidente, sino su hermano Mario. 

¿Es una estrategia de manipulación electoral? Es difícil asegurarlo, pero resulta evidente que alguien está intentando capitalizar un apellido con carga simbólica. Martín Vizcarra dejó una huella emocional en el electorado la del político que cerró en Congreso para luego ser destituido y procesado judicialmente. Su reciente ingreso y salida de prisión preventiva despertaron el interés de la gente para convertirlo en “víctima política”.  

El elector tiende a recordar rostros y nombres más que propuestas. Cuando un apellido se convierte en marca política, basta con reactivarlo en el momento adecuado para generar simpatías o rechazos automáticos. Pero esa estrategia puede ser un arma de doble filo: el mismo apellido que hoy atrae, mañana puede repeler. 

Sin embargo, sería un error leer estas encuestas como un anticipo de lo que ocurrirá en las urnas. Aún faltan siete meses para las elecciones del 2026, y los niveles de indecisión, voto en blanco y abstención son una realidad que indica que nada está definido. 

Lo que sí es claro es que los políticos tradicionales parecen ignorar a la nueva fuerza electoral de los jóvenes. Según el RENIEC, de los 27 millones de electores habilitados, más de 12 millones tienen menos de 40 años, y de ellos, 6 millones son menores de 29. Este segmento no se informa por los canales tradicionales ni se deja llevar fácilmente por apellidos familiares. Se comunica de manera diferente, cuestiona más y reacciona a la autenticidad. 

En este nuevo escenario, quienes apuesten por el juego de la confusión podrían encontrarse con un voto joven que no perdona la manipulación. En tiempos donde la política se mezcla con la desinformación y el espectáculo, el desafío no es repetir apellidos conocidos, sino reconstruir la confianza ciudadana.

Domingo, 4 de octubre del 2025
Diario Correo